Brenda Navarro ha conseguido un prodigio: caminar siempre, sin caerse nunca, sobre la delgada línea que separa–pero también une–el olvido y la memoria, la esperanza y la depresión, la vida privada y la vida pública, la pérdida y el encuentro, los cuerpos de las mujeres y el acto político. Casas vacías estremece de forma tan devastadora como ilumina: brillante y extrañamente esperanzadora.
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