¿Pero cómo entender la fiebre de oro que encegueció a Pedro de Ursúa sin pensar en las tres delirantes expediciones de conquista que coincidieron en la sabana de los muiscas siete años atrás? En 1538, cuando Ursúa todavía niño saltaba perseguido por los gansos en los huertos de Navarra y yo me enteraba apenas en La Española de quién era mi madre, la Corona concedió a Pedro Fernández de Lugo, adelantado de Canarias, licencia para armar una expedición de conquista a la provincia vacante de Santa Marta. El viejo Lugo tenía argumentos para aspirar a un reino en las Indias: riquezas para financiar la expedición, y tropas que se habían adiestrado dando muerte en Canarias a ochocientos jinetes alárabes, a cuatrocientos paganos de a pie, y a numerosos negros folofos del río Sanaga, en la costa africana».
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